Dentro de la campaña de recuperación comercial y de ocio en el triángulo de Ballesta encontramos Martínez Bar, una novedad distinta de las otras que merece una oportunidad. En su penumbra intimista esta delicia del reciclaje tiene luz propia, y aunque ya es un secreto a voces conserva la viveza de su estreno (apenas un mes abierto). La barra y los muebles han salido de la antigua Mansión del Fumador, en Callao. Los cajones que atesoraban los cigarros guardan ahora los botánicos para los gin & tonics. La barra señorial tiene el prestigio de sus muescas.
Sus recuperaciones abarcan suelos de gresite, muebles de muestrario, cajones clasificadores, taburetes con rosca, sillas de pupitre o de sala de juntas antigua, tablones customizados como mesa. Todo remite a una estética de oficios, entre industrial y artesana. Su austeridad tiene por color el gris. Es el nuevo laconismo y llega para gustar.
Será agradable sentarse allí, bajo su ventilador de aspa y sus bellas lámparas desportilladas, para escrutar su carta, en papel kraft y sujeta a un cartón con pinzas. ¿Qué ofrecen bajo el peso de esta irónica modernidad? Buenos cafés especiales (affogato, con menta, marocchino), tés, chacinas de ibéricos y cecinas de la cercana jamonería de López Pascual, sencillos pero gustosos platos para picar (jamón con salmorejo y cabra, humus o cecina de buey con parmesano y crema de alcachofas) y ricas tartas del día. Todo servido con cubiertos de alpaca: espléndido detalle.
Pero donde Martínez Bar echa el resto es en los tragos. Junto a la coctelería clásica (Negroni, Bronx…) o sus deseables aperitivos (spritz, Pimm’s Cup, americano o su estimulante limonada blanca), destaca la preparación de sus gin & tonics, con elixires caseros e infusiones de alcohol Premium que ellos mismos elaboran siguiendo la tradición de los speakeasys neoyorquinos. Ofrecen la posibilidad de una degustación de ginebras y mezclar hasta cuatro distintas, así como de acompañarlas de alguna tónica Premium. Entre las marcas de ginebra destacan algunas como las americanas Nº 209 y Bluecoat American Dry, la alemana Monkey 47, la inglesa Sipsmith o la francesa Original Blue Magellan.
La atmósfera se recrea con música de los setentas, negrerías de la Motown y soul vudúesco, pero también dreampop y shoegaze los fines de semana, la satisfashion de Otis Redding, ya sabes. Todo es tan nórdico entre sus frisos grises que los ritmos marrones evocan a Diana Ross nadando en cueros vivos en el golfo de Finlandia o una excursión de Stevie Wonder a Helsinki. Desde sus ventanales abiertos a la calle del Barco tendrás entretenidas vistas a las venales transeúntes y algunos hipsters autóctonos. En los domingos de enero prometen ofrecer también brunch.