Lejos de arrancar la ropa interior íntima de una mujer (quizás en alguna ocasión) es importante disfrutar del placer de la vista al contemplar en un cuerpo femenino tan bella prensa. Y es que la evolución de las braguitas es una de las más interesantes de la historia del vestir.
En la antigüedad las prendas íntimas estaban reservadas para los rangos sociales más altos. En Egipto eran símbolo de distinción y así las llevaban transparentes, llamadas kalasyris. Con el paso de las civilizaciones de esas sutiles prendas se pasó a algo más rústico, a veces la ropa interior era una extensión de la ropa como en las túnicas tanto griegas como romanas.
Saltándonos el triste periodo medieval, en el renacimiento muchas insignes mujeres pusieron de moda las brides á fesses con ricos bordados los cuales no se negaban a mostrar.
A finales del siglo XIX las prostitutas comenzaron a llevar el pantalón de lencería, que se cambiaban una vez a la semana porque eran de muselina, muy difícil de lavar.
Con el siglo XX la moda lencera a sobrepasado los límites del diseño, y se impone el ser tan riguroso en el interior como el exterior. Ver una lencería bonita, es sinónimo de feminidad y de que nos queremos tanto por dentro como por fuera. No sólo es para ellos, es para sentirse bien con uno mismo.